Los Pirineos son fallas. A los dos lados de sus vertientes nace una tradición compartida y que renace cada noche de San Juan. Esta tradición ha sido puesta en valor en los últimos años como acontecimiento cultural y turístico declarado Patrimonio Inmaterial de la Humanidad por la UNESCO.
Aunque existen distintas escenografías e interpretaciones en cada una de las localidades, el foco central reside en la celebración del solsticio de verano, la noche más corta del año, coincidiendo con la festividad de San Juan. En una rito ancestral, los pobladores pirenaicos conectan el fuego que quema el pasado con la tierra y su comunidad que el paso del tiempo no ha logrado apagar sus ascuas.
La Baixada de falles se sigue realizando en Montanuy, Aneto y Castanesa. La fecha de celebración cambia en cada una de ellas. Mientras que en Montanuy se desarrolla la noche del 23 de junio, en Aneto se ha retrasado al primer fin de semana de junio, mientras que en Castanesa se hacen coincidir con su fiesta mayor, en la víspera de la festividad de San Pedro (noche del 28 de junio). Además se está recuperando en las localidades de Ginast y Noales.
El ritual es similar al de otros puntos pirenaicos. Los fallaires ascienden con sus fallas hasta el faro, el punto natural más cercano y alto a la población en el que se ha encendido una gran hoguera, del que descienden cuando oscurece con una antorcha prendida en la mano. La serpiente de fuego baja hasta el segundo faro, emplazado en el pueblo, que se prende con el porte de cada uno de los fallaires. La falla suele componerse con un palo de avellano con trozos de tea en la punta, que es la que mantiene el fuego durante todo el recorrido.